¿Realmente Todos Amamos la Naturaleza?

La naturaleza. Ese vasto escenario verde (o marrón, o blanco, dependiendo de dónde y cuándo mires) que nos rodea y del que, nos guste o no, formamos parte. Pero, ¿realmente le gusta a todo el mundo?

¿Qué es eso que llamamos naturaleza?

Antes de decidir si nos gusta o no, deberíamos ponernos de acuerdo en qué es exactamente. Aristóteles, ese sabio griego que parecía tener una opinión sobre todo, definió la naturaleza como «la esencia de los seres, que tienen en sí y por sí mismos el principio de su movimiento». En otras palabras, todo lo que se mueve por sí mismo sin que tengamos que empujarlo. Eso incluye desde el árbol que crece en tu jardín hasta tu vecino haciendo jogging a las 6 de la mañana (aunque a veces desearíamos poder detener este último).

La naturaleza según los filósofos: más que solo árboles y pajaritos

A lo largo de la historia, los filósofos han visto la naturaleza de formas muy diversas. Para Platón, la naturaleza era básicamente una copia barata de un mundo ideal. Imagínate que el universo fuera IKEA y nuestro mundo fuera los muebles que intentamos armar en casa. Nunca quedan como en el catálogo, ¿verdad?

Por otro lado, Leibniz veía la naturaleza como un conjunto de «mónadas», que son como los átomos del universo, pero con personalidad propia. Es como si cada partícula del universo fuera un mini influencer tratando de destacar en el gran Instagram cósmico.

¿La naturaleza es bella per se?

Aquí es donde las cosas se ponen interesantes. Muchos dirían que sí, que la naturaleza es intrínsecamente bella. Pero, ¿qué hay de las ratas Topo Desnudas? ¿O de los peces abisales que parecen salidos de una pesadilla de H.P. Lovecraft? La belleza, como dijo el filósofo David Hume, está en el ojo del que observa. Y algunos ojos prefieren claramente el hormigón y el acero.

La naturaleza en la era moderna: ¿amiga o enemiga?

En la Edad Moderna, la visión de la naturaleza dio un giro interesante. Bernardino Telesio, un filósofo renacentista, propuso que la naturaleza tiene sus propias leyes y que Dios, aunque creador, no anda por ahí moviendo cada hoja y cada nube. Es como si Dios fuera un desarrollador de software que creó el universo y luego se fue de vacaciones, dejando que el programa se ejecute solo.

Conclusión: ¿Nos gusta o no nos gusta?

Al final, la naturaleza es como ese familiar excéntrico que todos tenemos. A veces nos fascina, otras nos asusta, y en ocasiones simplemente queremos que se quede quieta un rato (estoy pensando en ti, polen primaveral). Pero, nos guste o no, es parte de quienes somos.

Como dijo el filósofo chino Confucio, «Si sirves a la naturaleza, ella te servirá a ti». Puede que no siempre entendamos sus reglas, pero sin ella, nuestras vidas serían tan grises como un día sin café.

Así que la próxima vez que salgas al aire libre, ya sea para admirar un hermoso paisaje o para quejarte del calor, recuerda: estás participando en un diálogo milenario entre la humanidad y su entorno. Y quién sabe, tal vez la naturaleza también esté tratando de decidir si le gustamos nosotros.

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